Gonzalo Silvestre
En Posadas, un hombre ya viejo de 70 años y con dolencias, relata a un escribiente, conocido como Inca Garcilaso de la Vega, hijo de padre español y princesa india del Perú, cómo partió en 1539 con Hernando de Soto en una arriesgada expedición que le llevó a recorrer lejanos mares y tierras y que lo puso al filo de la muerte en incontables ocasiones.
En su relato le va desgranando los detalles del descubrimiento de la Florida y de un enorme territorio que recorrió durante cinco años, viviendo padecimientos inimaginables. Sus palabras, son recogidas por el atento cronista, que las pone por escrito para que el mundo occidental pudiera conocer aquellos hechos. Ante el temor de que su relator muriera antes de finalizar la maravillosa narración, el escribiente residente entonces en Montilla y luego en Córdoba, se traslada a Posadas, y durante cinco años, entre 1587 y 1592, narrador fue tomando notas del cronista y fueron elaborando el relato, finalmente titulado La Florida del Inca.
Silvestre le cuenta como casi 50 años antes, parte del puerto de Sanlúcar de Barrameda bajo las órdenes del general Hernando de Soto, experimentado y reconocido explorador de tierras americanas, recién nombrado gobernador de Cuba. Cerca de un millar de hombres se embarcan en diez naves que navegan hasta La Habana. Tras una breve escala, desembarcan en las costas de Florida, con la ilusión de la riqueza de una tierra nueva y llena de riquezas inmensas. No solo marineros, sino también labradores, mercaderes, artesanos, religiosos componen la expedición, con el propósito de fundar un reino nuevo en la que asentarse y prosperar. Silvestre y sus compañeros de aventura, ponen pie en tierra en un lugar que se designó Espíritu Santo, en la cara occidental de la península. Desde ahí comienzan a avanzar hacia el norte, en una marcha que se convertiría en una auténtica pesadilla. No encuentran la tierra de promisión soñada, sino un medio hostil de aguas pantanosas, mosquitos y un clima adverso caluroso y húmedo.
La expedición se convierte pronto en un calvario y todo se vuelve en contra de los españoles: sufren el ataque de las tribus indígenas, y la falta de alimentos, el hambre, la sed, el cansancio y la enfermedad, se apoderan de ellos sin piedad ni descanso. Recorren las montañas Apalaches del este, cruzan por los actuales estados de Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Tennesse. Alcanzan el río Mississippi, siendo los primeros europeos que divisan este río. Cruzan su cauce en balsas construidas por ellos, para continuar su gigantesca marcha por los actuales estados de Arkansas, Oklahoma y Texas. Tras cuatro años de penurias, Silvestre ve como su capitán y compañero, Hernando de Soto, muere a causa de fiebre. Desolado y agotado, él y el resto de la gente de la expedición que habían sobrevivido a los miles de kilómetros andados, deciden desistir de continuar avanzando y buscar la costa dirigiéndose al sur. Construyen siete bergantines y navegan siguiendo el perfil del litoral hasta que por fin alcanzan tierras de México en Panuco. Tan solo 300 de los mil hombres que comenzaron la expedición, consiguen llegar al fin de la empresa. Pero Silvestre parece olvidar pronto las penalidades de la colosal marcha que había vivido, y el sueño americano le empuja a nuevos destinos.
Pasa al Perú donde participa en algunos de los momentos de su conquista y de las guerras civiles entre conquistadores. Estando en estas tierras, visita en varias ocasiones la casa de un capitán español, padre de un joven mestizo llamado Inca Garcilaso de la Vega que crece escuchando los relatos de Silvestre y otros españoles sobre sus viajes y tierras que habían descubierto.
El destino hace que estos dos personajes se encuentren de nuevo en España en 1560, y coincidan en la corte reclamando una recompensa a sus servicios.
Durante su larga estancia en América, Silvestre contraje una nueva y enfermedad llamada “Mal de bubas”, que quizás es la que hoy conocimos como sífilis. Enfermo, pasa por Toledo, y luego por Montilla y en el camino una mujer vieja le recomienda que vaya a Las Posadas, para curarse sus heridas de bubas con unas hierbas que crecen allí especialmente en el mes de mayo. Este gran conquistador de las Américas viene a Posadas para curarse con las hierbas de su territorio y al final le gusta tanto vivir en el pueblo que se queda durante los últimos 30 años de su vida. También cabe decir que deviene regidor en el Ayuntamiento.
En 1587 la curiosidad propia del historiador de Garcilaso de la Vega, le lleva a querer saber todo lo que aconteció y visita frecuentemente a Silvestre para entrevistarle en su lugar de residencia, Posadas, donde se gesta La Florida del Inca, una extensa y detallada narración por la que se conoce los sucesos de los españoles en el sur de los Estados Unidos de Norteamérica.
Gonzalo Silvestre fallece en Posadas en 1592. Por su voluntad es enterrado en la Iglesia de Santa María de las Flores del pueblo, junto con su espada, armas, peto y espaldar.